LA IGLESIA, NUESTRA MADRE
EN LA FE
Texto Oficial de la Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia
General del miércoles 11 de Septiembre de 2013 en la Plaza de san Pedro en el
Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Retomamos hoy las catequesis sobre la Iglesia en
este Año de la Fe. Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II eligió para
hacernos comprender mejor la naturaleza de la Iglesia, está la de «madre»: la
Iglesia es nuestra madre en la fe, en la vida sobrenatural (cf. const. dogm. Lumen
gentium, 6.14.15.41.42). Es una de las imágenes más usadas por los Padres
de la Iglesia en los primeros siglos, y pienso que puede ser útil también para
nosotros. Para mí es una de las imágenes más bellas de la Iglesia: la Iglesia
madre. ¿En qué sentido y de qué modo la Iglesia es madre? Partamos de la
realidad humana de la maternidad: ¿qué hace una mamá?
Una madre, ante todo, genera a la vida, lleva en su
seno durante nueve meses al propio hijo y luego le abre a la vida, generándole.
Así es la Iglesia: nos genera en la fe, por obra del Espíritu Santo que la hace
fecunda, como a la Virgen María. La Iglesia y la Virgen María son madres,
ambas; lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen, y lo
que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia. Cierto, la fe es
un acto personal: «yo creo», yo respondo personalmente a Dios que se da a
conocer y quiere entablar amistad conmigo (cf. Enc. Lumen fidei, n.
39).
Pero la fe la recibo de otros, en una familia, en
una comunidad que me enseña a decir «yo creo», «nosotros creemos». Un cristiano
no es una isla. Nosotros no nos convertimos en cristianos en un laboratorio, no
nos convertimos en cristianos por nosotros mismos y con nuestras fuerzas, sino
que la fe es un regalo, es un don de Dios que se nos da en la Iglesia y a
través de la Iglesia. Y la Iglesia nos da la vida de fe en el Bautismo: ese es
el momento en el cual nos hace nacer como hijos de Dios, el momento en el cual
nos dona la vida de Dios, nos genera como madre.
Si vais al Baptisterio de San Juan de Letrán, en la
catedral del Papa, en el interior hay una inscripción latina que dice más o
menos así: «Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu
Santo que fecunda estas aguas; la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas
olas». Esto nos hace comprender una cosa importante: nuestro formar parte de la
Iglesia no es un hecho exterior y formal, no es rellenar un papel que nos dan,
sino que es un acto interior y vital; no se pertenece a la Iglesia como se
pertenece a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización. El
vínculo es vital, como el que se tiene con la propia madre, porque, como afirma
san Agustín, «la Iglesia es realmente madre de los cristianos» (De moribus
Ecclesiae, i, 30, 62-63: pl 32, 1336).
Preguntémonos: ¿cómo veo yo a la Iglesia? Si estoy
agradecido con mis padres porque me han dado la vida, ¿estoy agradecido con la
Iglesia porque me ha generado en la fe a través del Bautismo? ¿Cuántos
cristianos recuerdan la fecha del propio Bautismo? Quisiera hacer esta pregunta
aquí a vosotros, pero cada uno responda en su corazón: ¿cuántos de vosotros
recuerdan la fecha del propio Bautismo? Algunos levantan las manos, pero
¡cuántos no la recuerdan! La fecha del Bautismo es la fecha de nuestro
nacimiento a la Iglesia, la fecha en la cual nuestra mamá Iglesia nos dio a
luz. Y ahora os dejo una tarea para hacer en casa. Cuando hoy volváis a casa,
id a buscar bien cuál es la fecha de vuestro Bautismo, y esto para festejarlo,
para dar gracias al Señor por este don. ¿Lo haréis? ¿Amamos a la Iglesia como
se ama a la propia mamá, sabiendo incluso comprender sus defectos?
Todas las madres tienen defectos, todos tenemos
defectos, pero cuando se habla de los defectos de la mamá nosotros los tapamos,
los queremos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la queremos así
como a la mamá, le ayudamos a ser más bella, más auténtica, más parecida al
Señor? Os dejo estas preguntas, pero no olvidéis la tarea: buscad la fecha de
vuestro Bautismo para llevarla en el corazón y festejarla.
Una mamá no se limita a dar la vida, sino que, con
gran cuidado, ayuda a crecer a sus hijos, les da la leche, les alimenta, les
enseña el camino de la vida, les acompaña siempre con sus atenciones, con su
afecto, con su amor, incluso cuando son mayores. Y en esto sabe también
corregir, perdonar, comprender, sabe estar cerca en la enfermedad, en el
sufrimiento. En una palabra, una buena mamá ayuda a sus hijos a salir de sí
mismos, a no permanecer cómodamente bajo las alas maternas, como una nidada de
polluelos está bajo las alas de la clueca.
La Iglesia, como buena madre, hace lo mismo:
acompaña nuestro crecimiento transmitiendo la Palabra de Dios, que es una luz
que nos indica el camino de la vida cristiana, y administrando los Sacramentos.
Nos alimenta con la Eucaristía, nos da el perdón de Dios a través del
sacramento de la Penitencia, nos sostiene en el momento de la enfermedad con la
Unción de los enfermos. La Iglesia nos acompaña en toda nuestra vida de fe, en
toda nuestra vida cristiana. Entonces podemos hacernos otras preguntas: ¿qué
relación tengo yo con la Iglesia? ¿La siento como madre que me ayuda a crecer
como cristiano? ¿Participo en la vida de la Iglesia, me siento parte de ella?
Mi relación, ¿es una relación formal o es vital?
Un tercer breve pensamiento. En los primeros siglos
de la Iglesia, era bien clara una realidad: la Iglesia, mientras es madre de
los cristianos, mientras «hace» a los cristianos, está también «formada» por
ellos. La Iglesia no es algo distinto a nosotros mismos, sino que se ha de
mirar como la totalidad de los creyentes, como el «nosotros» de los cristianos:
yo, tú, todos nosotros somos parte de la Iglesia. San Jerónimo escribía: «La
Iglesia de Cristo no es otra cosa sino las almas de quienes creen en Cristo» (Tract.
Ps 86: pl 26, 1084).
Entonces, la maternidad de la Iglesia la vivimos
todos, pastores y fieles. A veces escucho: «Yo creo en Dios pero no en la
Iglesia... Escuché que la Iglesia dice... los sacerdotes dicen...». Una cosa
son los sacerdotes, pero la Iglesia no está formada sólo por los sacerdotes, la
Iglesia somos todos. Y si tú dices que crees en Dios y no crees en la Iglesia,
estás diciendo que no crees en ti mismo; y esto es una contradicción. La
Iglesia somos todos: desde el niño bautizado recientemente hasta los obispos,
el Papa; todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos
estamos llamados a colaborar en el nacimiento a la fe de nuevos cristianos,
todos estamos llamados a ser educadores en la fe, a anunciar el Evangelio.
Que cada uno de nosotros se pregunte: ¿qué hago yo
para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o soy
cerrado? Cuando repito que amo una Iglesia no cerrada en su recinto, sino capaz
de salir, de moverse, incluso con algún riesgo, para llevar a Cristo a todos,
pienso en todos, en mí, en ti, en cada cristiano. Todos participamos de la
maternidad de la Iglesia, a fin de que la luz de Cristo llegue a los extremos
confines de la tierra. ¡Viva la santa madre Iglesia!
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua
española, en particular a los grupos provenientes de España, México, El
Salvador, Venezuela, Paraguay, Colombia, Argentina y los demás países
latinoamericanos. Invoquemos juntos al Espíritu Santo, para que conceda
fecundidad a la Iglesia, no le permita que se cierre en sí misma, y salga a
llevar la luz de Cristo hasta los confines de la tierra. Muchas gracias.
No se olviden del Señor. El Señor con su amor
buscando el amor de un pueblo. Devuelvan con amor el amor con el cual Él buscó
al pueblo salteño.
© Copyright 2013-
Libreria Editrice Vaticana

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