SUBIÓ AL CIELO Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE
Texto Oficial de la Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia General del miércoles 17 de Abril de 2013 en la Plaza de san Pedro en el Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas:
En el Credo encontramos afirmado que Jesús «subió al cielo y está
sentado a la derecha del Padre». La vida terrena de Jesús culmina con el
acontecimiento de la Ascensión, es decir, cuando Él pasa de este mundo al Padre
y es elevado a su derecha. ¿Cuál es el significado de este acontecimiento?
¿Cuáles son las consecuencias para nuestra vida? ¿Qué significa contemplar a
Jesús sentado a la derecha del Padre? En esto, dejémonos guiar por el
evangelista Lucas.
Partamos del momento en el que Jesús decide emprender su última peregrinación
a Jerusalén. San Lucas señala: «Cuando se completaron los días en que iba a ser
llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de caminar a Jerusalén» (Lc 9,
51). Mientras «sube» a la Ciudad santa, donde tendrá lugar su «éxodo» de esta
vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo, pero sabe bien que el camino que le vuelve
a llevar a la gloria del Padre pasa por la Cruz, a través de la obediencia al
designio divino de amor por la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que «la elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la
Ascensión al cielo» (n. 662). También nosotros debemos tener claro, en nuestra
vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a
su voluntad, también cuando requiere sacrificio, requiere a veces cambiar
nuestros programas. La Ascensión de Jesús tiene lugar concretamente en el Monte
de los Olivos, cerca del lugar donde se había retirado en oración antes de la
Pasión para permanecer en profunda unión con el Padre: una vez más vemos que la
oración nos dona la gracia de vivir fieles al proyecto de Dios.
Al final de su Evangelio, san Lucas narra el acontecimiento de la Ascensión
de modo muy sintético. Jesús llevó a los discípulos «hasta cerca de Betania y,
levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos,
y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a
Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios»
(24, 50-53). Así dice san Lucas. Quisiera destacar dos elementos del relato.
Ante todo, durante la Ascensión Jesús realiza el gesto sacerdotal de la
bendición y con seguridad los discípulos expresan su fe con la postración, se
arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el
único y eterno Sacerdote que, con su Pasión, atravesó la muerte y el sepulcro y
resucitó y ascendió al Cielo; está junto a Dios Padre, donde intercede para
siempre en nuestro favor (cf. Hb 9, 24). Como afirma san Juan en su
Primera Carta, Él es nuestro abogado: ¡qué bello es oír esto! Cuando uno es
llamado por el juez o tiene un proceso, lo primero que hace es buscar a un
abogado para que le defienda. Nosotros tenemos uno, que nos defiende siempre,
nos defiende de las asechanzas del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de
nuestros pecados. Queridísimos hermanos y hermanas, contamos con este abogado:
no tengamos miedo de ir a Él a pedir perdón, bendición, misericordia. Él nos
perdona siempre, es nuestro abogado: nos defiende siempre. No olvidéis esto. La
Ascensión de Jesús al Cielo nos hace conocer esta realidad tan consoladora para
nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad
ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de
cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia
sí conduciéndonos a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar
por Él, estamos ciertos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro
salvador, de nuestro abogado.
Un segundo elemento: san Lucas refiere que los Apóstoles, después de haber
visto a Jesús subir al cielo, regresaron a Jerusalén «con gran alegría». Esto
nos parece un poco extraño. Generalmente cuando nos separamos de nuestros
familiares, de nuestros amigos, por un viaje definitivo y sobre todo con motivo
de la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no veremos más su
rostro, no escucharemos más su voz, ya no podremos gozar de su afecto, de su
presencia. En cambio el evangelista subraya la profunda alegría de los
Apóstoles. ¿Cómo es esto? Precisamente porque, con la mirada de la fe, ellos
comprenden que, si bien sustraído a su mirada, Jesús permanece para siempre con
ellos, no los abandona y, en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e
intercede por ellos.
San Lucas narra el hecho de la Ascensión también al inicio de los Hechos
de los Apóstoles, para poner de relieve que este acontecimiento es como el
eslabón que engancha y une la vida terrena de Jesús a la vida de la Iglesia.
Aquí san Lucas hace referencia también a la nube que aparta a Jesús de la vista
de los discípulos, quienes siguen contemplando al Cristo que asciende hacia Dios
(cf. Hch 1, 9-10). Intervienen entonces dos hombres vestidos de blanco
que les invitan a no permanecer inmóviles mirando al cielo, sino a nutrir su
vida y su testimonio con la certeza de que Jesús volverá del mismo modo que le
han visto subir al cielo (cf. Hch 1, 10-11). Es precisamente la
invitación a partir de la contemplación del señorío de Cristo, para obtener de
Él la fuerza para llevar y testimoniar el Evangelio en la vida de cada día:
contemplar y actuar ora et labora —enseña san Benito—; ambas son
necesarias en nuestra vida cristiana.
Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no indica la ausencia de Jesús,
sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un modo nuevo; ya no está
en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está
en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de
nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: contamos con este abogado que nos
espera, que nos defiende. Nunca estamos solos: el Señor crucificado y resucitado
nos guía; con nosotros se encuentran numerosos hermanos y hermanas que, en el
silencio y en el escondimiento, en su vida de familia y de trabajo, en sus
problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la
fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo
Jesús resucitado, que subió al Cielo, abogado para nosotros. Gracias.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo
de la Arquidiócesis de Mérida, con su Pastor, Mons. Baltasar Enrique Porras
Cardozo, así como a los venidos de España, Argentina, Panamá, Venezuela, México y otros países latinoamericanos.
Contemplemos a Cristo, sentado a la derecha de Dios Padre, para que nuestra fe se fortalezca y
recorramos alegres y confiados los caminos de la santidad. Muchas gracias.
He tenido conocimiento con tristeza del violento seísmo que ha golpeado a las
poblaciones de Irán y de Pakistán, acarreando muerte, sufrimiento, destrucción.
Elevo una oración a Dios por las víctimas y por cuantos atraviesan dolor, y
deseo manifestar al pueblo iraní y al pakistaní mi cercanía.
© Copyright 2013- Libreria Editrice Vaticana

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