DE NUEVO VENDRÁ EN LA
GLORIA
PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
Texto
Oficial de la Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia General
del miércoles 24 de Abril de 2013 en la Plaza de san Pedro en el Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Credo
profesamos que Jesús «de nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y
muertos». La historia humana comienza con la creación del hombre y la mujer a
imagen y semejanza de Dios y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo
se olvidan estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el retorno de
Cristo y en el juicio final a veces no es tan clara y firme en el corazón de
los cristianos. Jesús, durante la vida pública, se detuvo frecuentemente en la
realidad de su última venida. Hoy desearía reflexionar sobre tres textos
evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes,
el de los talentos y el del juicio final. Los tres forman parte del discurso de
Jesús sobre el final de los tiempos, en el Evangelio de san Mateo.
Ante todo
recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios llevó junto al Padre nuestra
humanidad que Él asumió y quiere atraer a todos hacia sí, llamar a todo el
mundo para que sea acogido entre los brazos abiertos de Dios, para que, al
final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre. Pero existe este
«tiempo inmediato» entre la primera venida de Cristo y la última, que es
precisamente el tiempo que estamos viviendo.
En este
contexto del «tiempo inmediato» se sitúa la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt
25, 1-13). Se trata de diez jóvenes que esperan la llegada del Esposo, pero él
tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio improviso de que el Esposo está
llegando todas se preparan a recibirle, pero mientras cinco de ellas,
prudentes, tienen aceite para alimentar sus lámparas; las otras, necias, se
quedan con las lámparas apagadas porque no tienen aceite; y mientras lo buscan,
llega el Esposo y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que
introduce en la fiesta nupcial. Llaman con insistencia, pero ya es demasiado
tarde; el Esposo responde: no os conozco. El Esposo es el Señor y el tiempo de
espera de su llegada es el tiempo que Él nos da, a todos nosotros, con
misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo de vigilancia;
tiempo en el que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la
esperanza y de la caridad; tiempo de tener abierto el corazón al bien, a la
belleza y a la verdad; tiempo para vivir según Dios, pues no sabemos ni el día
ni la hora del retorno de Cristo.
Lo que se
nos pide es que estemos preparados al encuentro —preparados para un encuentro,
un encuentro bello, el encuentro con Jesús—, que significa saber ver los signos
de su presencia, tener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos,
estar vigilantes para no adormecernos, para no olvidarnos de Dios. La vida de
los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano
debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No nos durmamos!
La
segunda parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación
entre cómo empleamos los dones recibidos de Dios y su retorno, cuando nos
preguntará cómo los hemos utilizado (cf. Mt 25, 14-30). Conocemos bien
la parábola: antes de su partida, el señor entrega a cada uno de sus siervos
algunos talentos para que se empleen bien durante su ausencia. Al primero le da
cinco, al segundo dos y al tercero uno. En el período de ausencia, los primeros
dos siervos multiplican sus talentos —son monedas antiguas—, mientras que el
tercero prefiere enterrar el suyo y devolverlo intacto al señor. A su regreso,
el señor juzga su obra: alaba a los dos primeros, y el tercero es expulsado a
las tinieblas, porque escondió por temor el talento, encerrándose en sí mismo.
Un
cristiano que se cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha
dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a
Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor
es el tiempo de la acción —nosotros estamos en el tiempo de la acción—, el
tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Él,
para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que
crezca el bien en el mundo. Y en particular hoy, en este período de crisis, es
importante no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias
riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha
dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro.
En la
plaza he visto que hay muchos jóvenes: ¿es verdad esto? ¿Hay muchos jóvenes?
¿Dónde están? A ustedes, que están en el comienzo del camino de la vida, les
pregunto: ¿han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en
cómo pueden ponerlos al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten
por ideales grandes, esos ideales que ensanchan el corazón, los ideales de servicio
que harán fecundos sus talentos. La vida no se nos da para que la conservemos
celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos.
Queridos jóvenes, ¡tengan un ánimo grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas
grandes!
Finalmente,
una palabra sobre el pasaje del juicio final, en el que se describe la segunda
venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos
(cf. Mt 25, 31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del
pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes
actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento,
sediento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado —he dicho «extranjero»:
pienso en muchos extranjeros que están aquí, en la diócesis de Roma: ¿qué
hacemos por ellos?—; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al
prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios según la caridad, según
como lo hayamos amado en nuestros hermanos, especialmente los más débiles y
necesitados. Cierto: debemos tener siempre bien presente que nosotros estamos
justificados, estamos salvados por gracia, por un acto de amor gratuito de Dios
que siempre nos precede; solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don
que hemos recibido. Pero para dar fruto, la gracia de Dios pide siempre nuestra
apertura a Él, nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene a traernos la
misericordia de Dios que salva. A nosotros se nos pide que nos confiemos a Él,
que correspondamos al don de su amor con una vida buena, hecha de acciones
animadas por la fe y por el amor.
Queridos
hermanos y hermanas, que contemplar el juicio final jamás nos dé temor, sino
que más bien nos impulse a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con
misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerle
en los pobres y en los pequeños; para que nos empleemos en el bien y estemos
vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra
existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles.
Gracias.
Saludos
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la
Arquidiócesis de Córdoba, Argentina, así como a los provenientes de España,
Colombia, México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a vivir
este tiempo presente que Dios nos ofrece con misericordia y paciencia, para que
aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres. Muchas gracias.
Llamamiento
El
secuestro de los metropolitas greco-ortodoxo y siro-ortodoxo de Aleppo, sobre
cuya liberación hay noticias contradictorias, es una señal ulterior de la
trágica situación que está atravesando la querida nación siria, donde la
violencia y las armas siguen sembrando muerte y sufrimiento. Mientras recuerdo
en la oración a los dos obispos, para que regresen pronto a sus comunidades,
pido a Dios que ilumine los corazones y renuevo la apremiante invitación que
dirigí el día de Pascua a fin de que cese el derramamiento de sangre, se brinde
la asistencia humanitaria necesaria a la población y se encuentre cuanto antes
una solución política a la crisis.
©
Copyright 2013- Libreria Editrice Vaticana

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