CON LA FIESTA DE
PENTECOSTÉS,
LA IGLESIA REVIVE LA
EFUSIÓN DEL ESPÍRITU
Texto Oficial de la Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia
General del miércoles 8 de Mayo de 2013 en la Plaza de san Pedro en el
Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El tiempo pascual que estamos viviendo con alegría,
guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu
Santo donado «sin medida» (cf. Jn 3, 34) por Jesús crucificado
y resucitado. Este tiempo de gracia se concluye con la fiesta de Pentecostés,
en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles
reunidos en oración en el Cenáculo.
Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos
con fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida». La primera
verdad a la que nos adherimos en el Credo es que el Espíritu
Santo es «Kyrios», Señor. Esto significa que Él es verdaderamente Dios como lo
es el Padre y el Hijo, objeto, por nuestra parte, del mismo acto de adoración y
glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, en efecto, es
la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo
Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como Hijo
enviado por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.
Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de
que el Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en
nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una
vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la
muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un
peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva
fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz,
amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua
viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama
en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10).
Jesús promete a la Samaritana dar un «agua viva»,
superabundante y para siempre, a todos aquellos que le reconozcan como el Hijo
enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4, 5-26; 3, 17).
Jesús vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que
nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. Cuando
decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto:
el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu
Santo. Pero me pregunto: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según
Dios? ¿O nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son precisamente Dios?
Cada uno de nosotros debe responder a esto en lo profundo de su corazón.
A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta
agua puede saciarnos plenamente? Nosotros sabemos que el agua es esencial para
la vida; sin agua se muere; ella sacia la sed, lava, hace fecunda la tierra. En
la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos
ha dado» (5, 5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que
habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma
porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por ello, el
Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y
por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23). El
Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo
Unigénito».
En otro pasaje de la Carta a los Romanos,
que hemos recordado en otras ocasiones, san Pablo lo sintetiza con estas
palabras: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios. Pues... habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que
clamamos “Abba, Padre”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con Él, seremos también glorificados
con Él» (8, 14-17). Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a
nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una relación
de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de
Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos
y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de
respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a
vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió
Cristo.
He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu
sacia la sed de nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como
hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir
como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué
nos dice el Espíritu Santo? Dice: Dios te ama. Nos dice esto. Dios te ama, Dios
te quiere. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los demás, como Jesús?
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y
nos diga esto: Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el Padre, nos ama como
verdadero papá, nos ama de verdad y esto lo dice sólo el Espíritu Santo al
corazón, escuchemos al Espíritu Santo y sigamos adelante por este camino del
amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua
española, en especial a la Delegación del Estado de México, así como a los
grupos venidos de España, Colombia, Venezuela y otros países latinoamericanos.
En este día en el que se celebra Nuestra Señora de
Luján, celestial Patrona de Argentina, un aplauso a la Virgen de Luján,… más
fuerte, no siento, más fuerte. En este día de la Virgen de Luján deseo hacer
llegar a todos los hijos de esas queridas tierras argentinas mi sincero afecto,
a la vez que pongo en manos de la Santísima Virgen todas sus alegrías y
preocupaciones. Muchas gracias.
© Copyright 2013- Libreria Editrice Vaticana

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