CREO EN LA IGLESIA UNA,
SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA
Texto Oficial de la Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia
General del miércoles 22 de Mayo de 2013 en la Plaza de san Pedro en el
Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Credo, inmediatamente después de
profesar la fe en el Espíritu Santo, decimos: «Creo en la Iglesia una, santa,
católica y apostólica». Existe un vínculo profundo entre estas dos realidades
de fe: es el Espíritu Santo, en efecto, quien da la vida a la Iglesia, quien
guía sus pasos. Sin la presencia y la acción incesante del Espíritu Santo, la
Iglesia no podría vivir y no podría realizar la tarea que Jesús resucitado le
confió de ir y hacer discípulos a todos los pueblos (cf.Mt 28, 19).
Evangelizar es la misión de la Iglesia, no sólo de algunos, sino la mía, la
tuya, nuestra misión. El apóstol Pablo exclamaba: «¡Ay de mí si no anuncio el
Evangelio!» (1 Co 9, 16). Cada uno debe ser evangelizador, sobre
todo con la vida. Pablo VI subrayaba que «evangelizar... es la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar»
(Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14).
¿Quién es el verdadero motor de la evangelización
en nuestra vida y en la Iglesia? Pablo VI escribía con claridad: «Él es quien,
hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que
se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí
solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para
hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado» (ibid.,
75). Para evangelizar, entonces, es necesario una vez más abrirse al horizonte
del Espíritu de Dios, sin tener miedo de lo que nos pida y dónde nos guíe.
¡Encomendémonos a Él! Él nos hará capaces de vivir y testimoniar nuestra fe, e
iluminará el corazón de quien encontremos.
Esta fue la experiencia de Pentecostés: los
Apóstoles, reunidos con María en el Cenáculo, «vieron aparecer unas lenguas,
como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se
llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 2, 3-4). El Espíritu
Santo, descendiendo sobre los Apóstoles, les hace salir de la sala en la que
estaban encerrados por miedo, los hace salir de sí mismos, y les transforma en
anunciadores y testigos de las «grandezas de Dios» (v. 11). Y esta
transformación obrada por el Espíritu Santo se refleja en la multitud que
acudió al lugar venida «de todos los pueblos que hay bajo el cielo» (v. 5),
porque cada uno escuchaba las palabras de los Apóstoles como si fueran
pronunciadas en la propia lengua (cf. v. 6).
Aquí tenemos un primer efecto importante de la
acción del Espíritu Santo que guía y anima el anuncio del Evangelio: la unidad,
la comunión. En Babel, según el relato bíblico, se inició la dispersión de los
pueblos y la confusión de las lenguas, fruto del gesto de soberbia y de orgullo
del hombre que quería construir, sólo con las propias fuerzas, sin Dios, «una
ciudad y una torre que alcance el cielo» (Gn 11, 4). En Pentecostés
se superan estas divisiones. Ya no hay más orgullo hacia Dios, ni la cerrazón
de unos con otros, sino que está la apertura a Dios, está el salir para
anunciar su Palabra: una lengua nueva, la del amor que el Espíritu Santo
derrama en los corazones (cf. Rm 5, 5); una lengua que todos
pueden comprender y que, acogida, se puede expresar en toda existencia y en
toda cultura. La lengua del Espíritu, la lengua del Evangelio es la lengua de
la comunión, que invita a superar cerrazones e indiferencias, divisiones y
contraposiciones.
Deberíamos preguntarnos todos: ¿cómo me dejo guiar
por el Espíritu Santo de modo que mi vida y mi testimonio de fe sea de unidad y
comunión? ¿Llevo la palabra de reconciliación y de amor que es el Evangelio a
los ambientes en los que vivo? A veces parece que se repite hoy lo que sucedió
en Babel: divisiones, incapacidad de comprensión, rivalidad, envidias, egoísmo.
¿Qué hago con mi vida? ¿Creo unidad en mi entorno? ¿O divido, con las
habladurías, las críticas, las envidias? ¿Qué hago? Pensemos en esto. Llevar el
Evangelio es anunciar y vivir nosotros en primer lugar la reconciliación, el
perdón, la paz, la unidad y el amor que el Espíritu Santo nos dona. Recordemos
las palabras de Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os
amáis unos a otros» (Jn13, 35).
Un segundo elemento: el día de Pentecostés, Pedro,
lleno de Espíritu Santo, poniéndose en pie «con los Once» y «levantando la voz»
(Hch 2, 14), anuncia «con franqueza» (v. 29) la buena noticia de Jesús,
que dio su vida por nuestra salvación y que Dios resucitó de los muertos. He
aquí otro efecto de la acción del Espíritu Santo: la valentía, de anunciar la
novedad del Evangelio de Jesús a todos, con franqueza (parresia), en voz
alta, en todo tiempo y lugar. Y esto sucede también hoy para la Iglesia y para
cada uno de nosotros: del fuego de Pentecostés, de la acción del Espíritu
Santo, se irradian siempre nuevas energías de misión, nuevos caminos por los
cuales anunciar el mensaje de salvación, nueva valentía para evangelizar.
¡No nos cerremos nunca a esta acción! ¡Vivamos con
humildad y valentía el Evangelio! Testimoniemos la novedad, la esperanza, la
alegría que el Señor trae a la vida. Sintamos en nosotros «la dulce y
confortadora alegría de evangelizar» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi, 80). Porque evangelizar, anunciar a Jesús, nos da alegría; en
cambio, el egoísmo nos trae amargura, tristeza, tira tira de nosotros hacia
abajo; evangelizar nos lleva arriba.
Indico solamente un tercer elemento, que, sin
embargo, es particularmente importante: una nueva evangelización, una Iglesia
que evangeliza debe partir siempre de la oración, de pedir, como los Apóstoles
en el Cenáculo, el fuego del Espíritu Santo. Sólo la relación fiel e intensa
con Dios permite salir de las propias cerrazones y anunciar con parresia el
Evangelio. Sin la oración nuestro obrar se vuelve vacío y nuestro anuncio no
tiene alma, ni está animado por el Espíritu.
Queridos amigos, como afirmó Benedicto XVI, hoy la
Iglesia «siente sobre todo el viento del Espíritu Santo que nos ayuda, nos
muestra el camino justo; y así, con nuevo entusiasmo, me parece, estamos en
camino y damos gracias al Señor» (Discurso en la Asamblea general ordinaria
del Sínodo de los obispos, 27 de octubre de 2012: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 4 de noviembre de 2012, p. 2).
Renovemos cada día la confianza en la acción del Espíritu Santo, la confianza
en que Él actúa en nosotros, Él está dentro de nosotros, nos da el fervor apostólico,
nos da la paz, nos da la alegría. Dejémonos guiar por Él, seamos hombres y
mujeres de oración, que testimonian con valentía el Evangelio, siendo en
nuestro mundo instrumentos de la unidad y de la comunión con Dios. Gracias.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua
española, en particular a los venidos de España, Argentina, Chile, Ecuador,
Guatemala, México, Perú y otros países latinoamericanos. Que todos nos dejemos
guiar por el Espíritu Santo, para ser verdaderos discípulos y misioneros de
Cristo en la Iglesia. Muchas gracias.
Les invito a orar conmigo por las víctimas,
especialmente los niños, del desastre en Oklahoma. Que el Señor consuele a
todos, en particular a los padres que han perdido tan trágicamente a un hijo.
Llamamiento
El viernes 24 de mayo es el día dedicado a la
memoria litúrgica de la Santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos,
venerada con gran devoción en el Santuario de Sheshan en Shanghai. Invito a
todos los católicos del mundo a unirse en oración con los hermanos y las
hermanas que están en China, a fin de implorar de Dios la gracia de anunciar
con humildad y con alegría a Cristo muerto y resucitado, de ser fieles a su
Iglesia y al Sucesor de Pedro y de vivir la cotidianidad en el servicio a su
país y a sus conciudadanos de manera coherente con la fe que profesan. Haciendo
nuestras algunas palabras de la oración de la Virgen de Sheshan, desearía junto
a vosotros invocar a María así: “Nuestra Señora de Sheshan, sostén el
compromiso de cuantos en China, entre las fatigas diarias, siguen creyendo,
esperando, amando, para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a
Jesús”. Que María, Virgen fiel, sostenga a los católicos chinos, haga sus no
fáciles compromisos cada vez más preciosos a los ojos del Señor, y haga crecer
el afecto y la participación de la Iglesia que está en China en el camino de la
Iglesia universal.
© Copyright 2013-
Libreria Editrice Vaticana

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