LA IGLESIA SE COMPORTA COMO JESÚS
Texto oficial de la
Catequesis del Papa Francisco
durante la Audiencia General del miércoles 10 de Septiembre de 2014 en la Plaza
de san Pedro en el Vaticano.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro itinerario de catequesis
sobre la Iglesia, nos estamos centrando en considerar que la Iglesia es
madre. En el último encuentro hemos puesto de relieve cómo la Iglesia nos
hace crecer y, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, nos indica el
camino de la salvación, y nos defiende del mal. Hoy quisiera destacar un
aspecto especial de esta acción educativa de nuestra madre Iglesia, es decir
cómo ella nos enseña las obras de misericordia.
Un buen educador apunta a lo esencial.
No se pierde en los detalles, sino que quiere transmitir lo que verdaderamente
cuenta para que el hijo o el discípulo encuentre el sentido y la alegría de
vivir. Es la verdad. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia.
Lo esencial del Evangelio es la misericordia. Dios envió a su Hijo, Dios se
hizo hombre para salvarnos, es decir para darnos su misericordia. Lo dice
claramente Jesús al resumir su enseñanza para los discípulos: «Sed
misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. El cristiano
necesariamente debe ser misericordioso, porque este es el centro del Evangelio.
Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede más que repetir lo mismo a sus
hijos: «Sed misericordiosos», como lo es el Padre, y como lo fue Jesús.
Misericordia. Y entonces la Iglesia se comporta como
Jesús. No da lecciones teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No
difunde en el mundo una filosofía, un camino de sabiduría... Cierto, el
cristianismo es también todo esto, pero como consecuencia, por reflejo. La
madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras sirven para
iluminar el significado de sus gestos.
La madre Iglesia nos enseña a dar de
comer y de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir a quien está desnudo. ¿Y
cómo lo hace? Lo hace con el ejemplo de muchos santos y santas que hicieron
esto de modo ejemplar; pero lo hace con el ejemplo de muchísimos padres y
madres, que enseñan a sus hijos que lo que nos sobra a nosotros es para quien
le falta lo necesario. Es importante saber esto. En las familias cristianas más
sencillas ha sido siempre sagrada la regla de la hospitalidad: no falta nunca
un plato y una cama para quien lo necesita.
Una vez una mamá me contaba —en la
otra diócesis— que quería enseñar esto a sus hijos y les decía que ayudaran a
dar de comer a quien tiene hambre. Y tenía tres hijos. Y un día a la hora del
almuerzo —el papá estaba en el trabajo, estaba ella con los tres hijos,
pequeños, de 7, 5 y 4 años más o menos— y llamaron a la puerta: era un señor
que pedía de comer. Y la mamá le dijo: «Espera un momento». Volvió a entrar y
dijo a los hijos: «Hay un señor allí y pide de comer, ¿qué hacemos?». «Le
damos, mamá, le damos». Cada uno tenía en el plato un bistec con patatas
fritas. «Muy bien —dice la mamá—, tomemos la mitad de cada uno de ustedes, y le
damos la mitad del bistec de cada uno de ustedes». «Ah no, mamá, así no está
bien». «Es así, tú debes dar de lo tuyo». Y así esta mamá enseñó a los hijos a
dar de comer de lo propio.
Este es un buen ejemplo que me ayudó
mucho. «Pero no me sobra nada...». «Da de lo tuyo». Así nos enseña la madre
Iglesia. Y vosotras, muchas madres que estáis aquí, sabéis lo que tenéis que
hacer para enseñar a vuestros hijos para que compartan sus cosas con quien
tiene necesidad.
La madre Iglesia enseña a estar cerca
de quien está enfermo. ¡Cuántos santos y santas sirvieron a Jesús de este modo!
Y cuántos hombres y mujeres sencillos, cada día, ponen en práctica esta obra de
misericordia en una habitación del hospital, o de un asilo, o en la propia
casa, asistiendo a una persona enferma.
La madre Iglesia enseña a estar cerca
de quien está en la cárcel. «Pero Padre no, esto es peligroso, es gente mala».
Pero cada uno de nosotros es capaz... Oíd bien esto: cada uno de nosotros es
capaz de hacer lo mismo que hizo ese hombre o esa mujer que está en la cárcel.
Todos tenemos la capacidad de pecar y de hacer lo mismo, de equivocarnos en la
vida. No es más malo que tú o que yo. La misericordia supera todo muro, toda barrera,
y te conduce a buscar siempre el rostro del hombre, de la persona. Y es la
misericordia la que cambia el corazón y la vida, que puede regenerar a una
persona y permitirle incorporarse de un modo nuevo en la sociedad.
La madre Iglesia enseña a estar cerca
de quien está abandonado y muere solo. Es lo que hizo la beata Teresa por las
calles de Calcuta; es lo que hicieron y hacen tantos cristianos que no tienen
miedo de estrechar la mano a quien está por dejar este mundo. Y también aquí la
misericordia dona la paz a quien parte y a quien permanece, haciéndonos sentir
que Dios es más grande que la muerte, y que permaneciendo en Él incluso la
última separación es un «hasta la vista»...
Esto lo había entendido bien la beata
Teresa. Le decían: «Madre, esto es perder tiempo». Encontraba gente moribunda
por la calle, gente a la que empezaban a comer el cuerpo las ratas de la calle,
y ella los llevaba a casa para que muriesen limpios, tranquilos, acariciados,
en paz. Ellas les decía «hasta la vista», a todos estos... Y muchos hombres y
mujeres como ella hicieron esto. Y ellos los esperan, allí [indica el cielo],
en la puerta, para abrirles la puerta del Cielo. Ayudar a la gente a morir
bien, en paz.
Queridos hermanos y hermanas, así la
Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella
aprendió de Jesús este camino, aprendió que esto es lo esencial para la
salvación. No basta amar a quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los
paganos. No basta hacer el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo
en algo mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de hacer lo mismo,
como hizo el Padre con nosotros, dándonos a Jesús. ¿Cuánto hemos pagado
nosotros por nuestra redención? Nada, todo es gratis. Hacer el bien sin esperar
algo a cambio. Eso hizo el Padre con nosotros y nosotros debemos hacer lo
mismo. Haz el bien y sigue adelante.
Qué hermoso es vivir en la Iglesia, en
nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos ha enseñado Jesús.
Damos gracias al Señor, que nos da la gracia de tener como madre a la Iglesia,
ella que nos enseña el camino de la misericordia, que es la senda de la vida.
Demos gracias al Señor.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario