¿IGLESIA
AUTORREFERENCIAL?
3 de Septiembre de 2014
Artículo escrito por Mons.
Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.
VER
Hay creyentes que se inconforman y nos
expresan su rechazo cuando en las catequesis, en los grupos de reflexión, en
las homilías, hacemos referencia a situaciones reales que vive el pueblo. Dicen
que eso ya no es palabra de Dios, sino pura política. Insisten en que no se
traten esos asuntos en la Iglesia. Algunos, por ello, se van a las sectas,
porque en algunas sólo se canta, se alaba a Dios, se aplaude, se lee la Biblia
con un sentido espiritualista; con ello se sienten bien, encuentran consuelo,
se desmayan y se enfervorizan, pero su vida no es cuestionada, mucho menos el
sistema social, económico y político que vivimos. Quisieran una Iglesia
encerrada en sí misma, centrada sólo en el culto religioso.
Unos agentes de pastoral, muy
dedicados a la vida interna de su comunidad, nos dicen que ya no les queda
tiempo para atender otras exigencias pastorales, como salir a las periferias,
visitar los hogares, buscar nuevos métodos pastorales e ir hacia los alejados.
Otros tienen como punto de comparación
sólo lo que se hace en su parroquia, en su diócesis, en el movimiento o método
pastoral de su preferencia. Lo que no sea parecido, es condenado, visto con
sospecha y, a veces, definitivamente rechazado, como si sólo ellos vivieran el
Evangelio, el Concilio, la fidelidad al plan de Dios. Su referencia son ellos
mismos, no los diferentes caminos que el Espíritu suscita en su Iglesia, con
una riqueza y novedad increíbles.
PENSAR
El Papa Francisco nos advierte de
algunos peligros para la Iglesia: “La
oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero
con la misma pretensión de dominar el espacio de la Iglesia. En algunos hay un
cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia,
pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo
fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la
Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. El
principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como
organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo
encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no
sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas
de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una
autocomplacencia egocéntrica” (EG 95).
“Evangelizar supone celo apostólico.
Evangelizar supone en la Iglesia la parresía (el entusiasmo) de salir de sí
misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias,
no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del
misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia
y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. Cuando la
Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y
entonces se enferma. Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las
instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de
narcisismo teológico… La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro
de sí y no lo deja salir. Hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora
que sale de sí; o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”.
ACTUAR
La Iglesia no es para sí misma, sino
para llevar la palabra y la vida de Jesucristo a quienes tienen hambre y sed de
amor, de justicia, de compañía, de trascendencia, de sentido. Jesucristo fundó
su Iglesia para ir por todas partes, para llevar su mensaje y su misericordia a
los que sufren, a los que se sienten solos, a los oprimidos y rechazados, para
que experimenten que Dios les ama, por medio de quienes les manifestamos amor,
comprensión y ternura.
La Iglesia no se puede reducir a
ceremonias religiosas, a preocuparnos por que las personas reciban los
sacramentos y frecuenten la Misa dominical. Todo esto es muy importante y
necesario. Pero no nos podemos recudir a ello. Hay que abrir los ojos y el
corazón para estar cerca de tanta gente que sufre y que necesita signos de
bondad, de misericordia y de cercanía en sus anhelos de una vida digna.

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