POR AYOTZINAPA, EXAMEN
NACIONAL
5 de Noviembre de 2014
Artículo escrito por Mons.
Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.
VER
La
desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, en el Estado
mexicano de Guerrero, así como su posible ejecución, han removido la conciencia
nacional. ¿Qué pasa en nuestro país? ¿Cuáles son las causas de estos
vergonzosos hechos, que lamentablemente no son únicos? Se han encontrado fosas
clandestinas con muchos cadáveres de desconocidos, de quienes no había noticia.
Hace años, en San Fernando, Tamaulipas, hicieron algo parecido con migrantes
centroamericanos. Esto significa que Ayotzinapa no es un caso aislado. Por la
despiadada guerra entre cárteles de la droga, hay asesinatos de toda índole,
con un sadismo inaudito. A algunos les cortan la cabeza y la exhiben
públicamente. Eso es inhumano, aberrante, señal de una descomposición de las
personas y de la sociedad. No valen principios ni sentimientos humanos y
cristianos. Y muchos de los autores se declaran creyentes…
Los
familiares de los desaparecidos merecen todo nuestro apoyo, pues su dolor en
inmenso. Las investigaciones han de aclarar la responsabilidad de autoridades
locales y estatales, de la policía y de los grupos criminales. Los
verdaderamente culpables han de ser sujetos a los rigores de la ley, para que
no sigan en la impunidad. Sin embargo, todos hemos de preguntarnos por qué
estamos llegando a estos niveles de maldad, de violencia, de criminalidad.
Incluso las legítimas manifestaciones sociales de reclamo por que aparezcan
vivos los secuestrados, han degenerado en saqueos y pintas por todos lados,
destruyendo cuanto pueden a su paso. ¿Qué significan estos hechos de
agresividad social?
Hay jóvenes,
casi adolescentes, que son contratados para robar, matar, trasladar drogas y
generar desorden. Algunos declaran que no conocieron a su padre, que éste era
alcohólico, que les maltrataba, que en su hogar no había armonía. Huyeron de su
casa, se dedicaron a lo que fuere y se dejaron encadenar por las redes
criminales, con tal de ganar dinero.
Si la
familia está mal, ¿qué se puede esperar? Sin educación en valores, sin amor y
sin disciplina, no hay cimientos sólidos para una buena sociedad. La pobreza y
la corrupción están en la raíz de muchos crímenes, pero más de fondo es la
falta de educación humana y cristiana, que empieza en la familia. Como Iglesia,
también hemos de preguntarnos hasta qué punto nuestra escasa evangelización
está también en la raíz de esta ambiente violento e inseguro.
PENSAR
Los
obispos mexicanos, en nuestro documento “Educar para una nueva
sociedad”, decimos:
“Es
básico que cada familia tenga conciencia de su vocación como comunidad
educativa, como espacio esencial e imprescindible, sujeto activo, lugar
privilegiado y pilar de toda educación humana y cristiana.
La
familia, como célula originaria de la sociedad, es la instancia primordial
donde se genera y va madurando una verdadera educación, donde los hijos asimilan
los valores humanos y cristianos, donde se vive y practica la solidaridad entre
las generaciones, el respeto mutuo, el perdón y la aceptación del otro, el amor
a la propia vida y a Dios.
Uno de
los bienes más preciosos es la presencia de los padres que comparten el
camino de la vida con los hijos, transmiten sus experiencias y la sabiduría
adquirida con los años. Sólo se puede comunicar una cultura pasando juntos el
tiempo y exhortando con un ejemplo convincente. La ausencia del padre puede
tener graves consecuencias. Así mismo, es insustituible la ternura y fortaleza
de la madre. La familia, la escuela, la parroquia deben buscar hacer sinergia
para apoyarse en la tarea educativa de las nuevas generaciones” (No. 64).
ACTUAR
Para no
quedarnos en lamentos y culpar a los demás, todos hemos de hacer un examen de
conciencia y analizar, con humildad y verdad, qué tanta responsabilidad tenemos
en esta descomposición que estamos viviendo. ¿Cómo están nuestras familias?
¿Qué modelos de familia se presentan en las telenovelas, con enorme influencia
en la formación o deformación de las conciencias? ¿Qué podemos hacer, desde una
evangelización más cristocéntrica y con más dimensión social?

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