PARA VIVIR
EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS
Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco
de la Comunidad de san Juan Diego, en Ciudad del Carmen, Cam., Diócesis de Campeche.
Era una religiosa pequeña, vestida con un largo sari blanco –el vestido
tradicional de las mujeres de la India– bordado con dos rayas azules.
Caminaba inclinada como vencida por el peso de los años y del dolor del mundo que llevaba sobre su espalda como una cruz. Todos la conocían como la “Madre Teresa de Calcuta”.
El domingo 19 de octubre de 2003, en la Plaza de san Pedro, el Papa Juan Pablo II elevó a los altares a esta diminuta, frágil y potente mujer; la ha llamado “beata”, es decir, bienaventurada por el Reino de los cielos. El papa realizó esta beatificación ante la mirada de millares de personas que le conocieron personalmente o a través de los medios de comunicación.
¿La madre Teresa de Calcuta, santa? Quizá podamos preguntarnos qué es
lo que esta mujer ha hecho de extraordinario para ser, rápidamente, propuesta
como modelo de vida cristiana.
En ella, la Iglesia ha “visto” un extraordinario amor hacia los demás, tanto que la ha propuesto como modelo de una vida plenamente realizada en la caridad. Hay que precisar: Aún es “beata”, es decir, casi santa; falta una parte del proceso, que incluye la realización de un milagro de Dios por su intercesión para que la Iglesia le dé el título de santa.
De extraordinario, esta pequeña mujer, que se definía como «un pequeño lápiz en las manos de Dios», ha realizado sobre todo una cosa: Tomar en serio el Evangelio y ponerlo en práctica. Se propuso vivir el Evangelio de Jesús, convirtiéndose en “madre” para los niños rescatados de los botes de basura, para los moribundos que se encontraban abandonados en las calles, para los leprosos rechazados por todos, para los pobres…
En cada uno de ellos, Madre Teresa ha reconocido el desfigurado rostro de Dios, asimilando, comprendiendo y poniendo en práctica el núcleo de la Buena Noticia que Jesús vino a traernos: el Amor. El amor a Dios y al prójimo.
Llegar a ser santo, entonces, no es algo muy complicado y fatigoso. Basta que escuchemos la Palabra de Jesús, que tratemos de entenderla, descubramos en ella la voluntad de Dios y la pongamos en práctica. En otras palabras: Que nos decidamos a vivir el mandato del Amor.
Si hojeamos el calendario para leer el nombre de algunos santos y
escudriñamos su vida, descubriremos que la mayoría de ellos eran personas
simples, comunes, normales, como cualquiera de nosotros.
Los santos de ayer, se confundían con los demás. No caminaban con su
aureola encendida sobre su cabeza ni tampoco tenían alas para volar sobre la
tierra; trabajan en el campo, enseñaban en la escuela, lavaban cazuelas,
cocinaban, barrían los pasillos del convento (san Martín de Porres era llamado
“Fray escoba”), curaban a los enfermos, ayudaban a los demás…
Quienes los conocieron nunca pensaron que terminarían en los nichos de
las iglesias, como san Francisco de Asís, patrono de nuestra ciudad y de
nuestra Diócesis.
Lo mismo sucede con los santos de hoy: Se visten como los demás,
caminan por las calles, suben al autobús urbano, manejan su auto, van a la
escuela, enseñan a los demás, visitan a una persona anciana o enferma, ayudan a
alguna persona con discapacidad, hablan todos los días con Dios en la oración,
van a misa todos los días, o por lo menos cada domingo, tienen paciencia con
sus hijos, trabajan fatigosamente durante el día, se esfuerzan por valorar y conservar
a su familia, están enfermos, pero sonríen ante el dolor…
Muchos de ellos quizá no lleguen a los altares ni su nombre aparecerá
en el calendario, pero Jesús les llamará «bienaventurados», «dichosos»,
«felices», como aquel día lo hizo en el monte de las Bienaventuranzas, porque
han reconocido el rostro de Jesús en los demás y les han servido y amado con un
corazón grande como el suyo.
José Luis Martín Descalzo, ese gran sacerdote y escritor español,
expresa lo siguiente: «siempre he pensado que lo mejor del cielo deben ser sus
santos anónimos, los desconocidos, los que jamás serán canonizados ni
aparecerán en ningún calendario, los san Juan García, san Pepe Rodríguez, san
Luis Martínez, santa María González, santa Luisa Pérez. Porque, naturalmente y por
fortuna, en el cielo hay muchísimos más santos que los que la Iglesia reconoce
oficialmente».
«En la gloria –prosigue– habrá montones de buena gente. Tan buena gente
que ellos mismos se habrán llevado una sorpresa grandísima al encontrarse con
que arriba les rinden culto, cuando ellos creían ser “de lo más corriente”. Y
es que resulta que para ser santo no hay que hacer nada extraordinario. Basta
con hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias».
Amigo lector, amiga lectora. Espero que en este 1º de Noviembre de
2014, Solemnidad de Todos los Santos, hayamos felicitado a quienes han obtenido
ya la gloria de Jesucristo: mártires, sacerdotes, obispos, Papas, jóvenes,
niños, padres y madres de familia, religiosos y religiosas… Felicitemos a los
que han salido de la gran tribulación, a quienes han lavado sus ropas en la
sangre del Cordero, a quienes encarnaron en su vida el Amor. Pero, sobre todo,
pidamos a Dios que nos de la fuerza y el valor de llegar a ser santos también
nosotros.

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