1º. de Abril de 2015
Artículo escrito por Mons.
Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.
VER
Estamos en la Semana Santa. Así como para muchas personas no es
precisamente santa, sino todo lo contrario, pues la aprovechan sólo para
diversiones, a veces no muy santas, para pasear y divertirse, así también hay
muchísimas otras que participan en las celebraciones religiosas. Hay personas
mayores que siempre añoran otros tiempos, cuando no había vacaciones, cuando
todo era muy rígido en las costumbres, cuando todo se concentraba en rezos, en
prácticas devocionales, en via crucis y en penitencias, a
veces no muy humanas.
Es muy legítimo el descanso para tanta gente que trabaja mucho y
necesita distensionarse y recobrar energías, para reemprender las obligaciones
diarias. Sin embargo, hay quienes no saben descansar; terminan sus vacaciones
más cansados. Hay quienes se aburren estos días, como niños y jóvenes que sólo
están inventando qué hacer para matar su aburrimiento. ¡Qué bien les haría que
se organizaran para limpiar su casa, para ir a barrios y comunidades pobres,
para levantar tanta basura que hay en las calles y en las carreteras! Esto es
un poco cansado, pero es una magnífica forma de descansar y no aburrirse. La
mejor inversión de estos días libres es ayudar en casa y en la comunidad. Eso
es ayudar a otros a llevar su cruz, como las tareas habituales del hogar.
Hay el peligro también de que muchos creyentes reduzcan estos días a
actos piadosos, algunos hasta de tipo sentimental, y con eso se sientan bien,
con eso piensen que están consolando a Jesús y a María por la pasión, que con
eso conserven las buenas tradiciones. Quizá con esto tranquilizan su
conciencia, aunque nada hagan por los pobres y por todos los que sufren.
PENSAR
El Papa Francisco dijo a los nuevos cardenales algo que nos ayuda a
meditar en estos días: “Os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal
que los cristianos -edificados por nuestro testimonio- no tengan la
tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en
una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servir a Jesús
crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en
cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al
Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que,
alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en
la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor
que está en el leproso -de cuerpo o de alma- , que está discriminado. No
descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. En realidad,
sobre el evangelio de los marginados, se juega, se descubre y se revela nuestra
credibilidad.
Si queremos ser auténticos discípulos de Jesús, estamos llamados a
llegar a ser, unidos a El, instrumentos de su amor misericordioso, superando
todo tipo de marginación. Para ser imitadores de Cristo ante un pobre o un
enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con
ternura y compasión, de tocarlo y abrazarlo. He pedido a menudo a las personas
que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a los ojos, que no tengan miedo
de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación:
también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Un gesto de
ternura, un gesto de compasión… Pero yo os pregunto: Cuando ayudáis a los
demás, ¿los miráis a los ojos? ¿Los acogéis sin miedo de tocarlos? ¿Los acogéis
con ternura? Pensad en esto: ¿Cómo ayudáis? ¿A distancia, o con ternura, con
cercanía? Si el mal es contagioso, lo es también el bien. Por lo tanto, es
necesario que el bien abunde en nosotros cada vez más. Dejémonos contagiar por
el bien y contagiemos el bien” (15-II-2015).
ACTUAR
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a vivir estos días de Semana
Santa en forma integral: participando en las celebraciones religiosas,
dedicando tiempo a un descanso espiritual por la oración y la lectura de la
Palabra de Dios, pero también haciendo algo por los que sufren, quizá dentro de
nuestra propia familia, por los pobres y enfermos. Entonces sí acompañamos a
Jesús en su pasión y disfrutaremos de la resurrección.
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