jueves, 23 de abril de 2015

JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco de la Comunidad de san Juan Diego, en Ciudad del Carmen, Cam., Diócesis de Campeche.

Hoy celebramos el Domingo de la Misericordia Divina, instituido por el Papa san Juan Pablo II el 30 de abril del año 2000, durante la misa de la canonización de santa Faustina Kowalska, “Apóstol de la Divina Misericordia”, para celebrarse en toda la Iglesia en el segundo Domingo de Pascua.

Pero este año 2015 ha sido especial, ya que en la tarde ayer, sábado 11 de abril, víspera del Domingo de la Misericordia, en la basílica de San Pedro, el Papa Francisco ha convocado oficialmente el Jubileo Extraordinario de la Misericordia con la publicación de la Bula de Convocación llamada  Misericordiae vultus.

La bula del Jubileo constituye el documento fundamental para conocer el espíritu con el que ha sido convocado, las intenciones y los frutos esperados por el papa Francisco, así como la duración del mismo, las fechas de apertura y de clausura, y las modalidades cómo va a desarrollarse dicho Jubileo.

Para la proclamación de este Jubileo Extraordinario, el Papa Francisco, acompañado por los cardenales, se dirigió a la entrada de la Basílica de san Pedro. Junto a la Puerta Santa entregó la Bula de convocación a los cuatro cardenales arciprestes de las basílicas papales de Roma: San Pedro en el Vaticano, san Juan de Letrán, san Pablo Extramuros y santa María la Mayor.

Además, para manifestar el deseo de que el Jubileo extraordinario de la Misericordia sea celebrado no sólo en Roma sino también en todo el mundo, el papa Francisco entregó una copia de la Bula al prefecto de la Congregación para los Obispos, cardenal Marc Ouellet (para hacerla llegar simbólicamente a todos los obispos), al prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, y al prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales.

En nombre de todo el Oriente recibió una copia de la Bula el arzobispo Savio Hon Tai-Fai, nacido en Hong Kong y ahora secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. 

Por el continente africano, la recibió el arzobispo Bartolomé Adoukonou, originario de Benín y actualmente secretario del Consejo Pontificio para la Cultura. Para las Iglesias Orientales, el Papa entregó la bula a Mons. Khaled Ayad Bishay de la Iglesia Patriarcal de Alejandría de los Coptos. 

Ha finalizado el rito de convocación, cuando el Regente de la Casa Pontificia, Mons. Leonardo Sapienza, en calidad de Protonotario Apostólico, leyó en presencia del Papa Francisco algunos extractos de la Bula de convocación de este Año Santo extraordinario. Posteriormente dio inició la celebración de las Primeras Vísperas del Domingo de la Divina Misericordia, presidida por el Papa Francisco.
 

Este Jubileo Extraordinario de la Misericordia se iniciará con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro el 8 de Diciembre de 2015, con ocasión de la solemnidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016 con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

El rito inicial de la apertura de la Puerta Santa consiste en abrir, con toda la solemnidad del acto, una puerta que se abre solamente durante el Año Santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta Santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María Mayor

El rito de la apertura de la Puerta Santa expresa simbólicamente el hecho de que, durante el tiempo jubilar, se ofrece a los fieles un “camino extraordinario” hacia la salvación. Después de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, se abren, sucesivamente; las puertas de las otras basílicas mayores y de las catedrales del mundo.

El tema para este Año Santo está tomado de la carta de San Pablo a los Efesios: «Dios rico en misericordia» (Ef 2,4), pues el Papa Francisco quiere poner al centro de la atención de todos los bautizados el amor misericordioso de Dios, quien nos invita a todos a volver hacia Él. Además, el encuentro con Él inspira la virtud de la misericordia.

La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado, que es la fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón santa Faustina Kowalska, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: «Estos dos haces -le explicó un día Jesús mismo- representan la sangre y el agua» (Diario, p. 132).

Jesús dijo a sor Faustina: «La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina» (Diario, p. 132). A través de la obra de la religiosa polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

«Jesucristo –nos dice el Papa Francisco al inicio de esta Bula de convocación– es el rostro de la misericordia del Padre (…) El Padre, “rico en misericordia” (…), en la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona, revela la misericordia de Dios.

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.

Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es el camino que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado».
  

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