viernes, 5 de septiembre de 2014

LA PARROQUIA DE SAN JUAN DIEGO PEREGRINA AL SANTUARIO DEL CRISTO NEGRO, SEÑOR DE SAN ROMÁN



PEREGRINACIÓN PARROQUIAL
AL SANTUARIO DEL CRISTO NEGRO, SEÑOR DE SAN ROMÁN

Mañana, sábado 6 de septiembre de 2014, la Parroquia de san Juan Diego irá en peregrinación al santuario Diocesano del Cristo Negro, Señor de san Román, con ocasión del Año Jubilar decretado por Mons. José Francisco González González, XIV Obispo de la Diócesis de Campeche, por los 450 años de la llegada del Cristo Negro a tierras campechanas, aniversario que se ajusta el 14 de Septiembre de 2015.

Los Obispos, reunidos en Aparecida, Brasil, en el año 2007, nos enseñan que es en «las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina Resucitado entre los pobres.

La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor.

La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual». (DA 259)

En el santuario, «el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar». (DA 260)

Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20).

Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados, no bajan los brazos. Con su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad.

También encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el pliegue de su manto. Ahora, desde Aparecida, los invita a echar las redes en el mundo, para sacar del anonimato a los que están sumergidos en el olvido y acercarlos a la luz de la fe. Ella, reuniendo a los hijos, integra a nuestros pueblos en torno a Jesucristo». (DA 265)




No hay comentarios.:

Publicar un comentario