DE PROTESTAS A PROPUESTAS
19 de Noviembre de 2014
Artículo escrito por Mons.
Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.
VER
En varias partes de nuestro país se
han llevado a cabo manifestaciones de solidaridad con los familiares de los
desaparecidos, quizá ejecutados, de la Escuela Normal de Ayotzinapa, y al mismo
tiempo de inconformidad con las autoridades. La mayoría han sido pacíficas,
pero algunas muy violentas: queman, destruyen, golpean, pintarrajean, ofenden y
lesionan derechos de terceros.
De varias formas hemos expresado
nuestro apoyo a la exigencia de que, si aún estuvieran vivos los desaparecidos,
regresen vivos con su familia. Hemos exigido que se aclare toda la verdad de
los hechos, quiénes fueron los responsables, por qué lo hicieron, qué intereses
tenían, porque la verdad es la base de la justicia y de la paz social. Sin la
verdad de por medio, se desatan acusaciones y falsedades contra quienes nada
tuvieron que ver en el asunto, o se hace crecer sin control una desconfianza
generalizada a todo tipo de autoridad, lo que genera anarquismo y más
violencia.
Pareciera que la violencia se apodera
de los espacios públicos y familiares. Manifestaciones, bloqueos carreteros,
mítines y marchas, de por sí legítimas y a veces necesarias, degeneran en
insultos, golpes, palos, piedras, armas, bombas caseras, destrucción de bienes
públicos y privados, enfrentamientos y polarización social. Las peticiones ya
no se hacen con documentos, diálogos, planteamientos razonados, sino con
amenazas y ofensas de toda índole, muchas de ellas desproporcionadas y sin
fundamento.
PENSAR
Los obispos mexicanos elaboramos un
documento sobre esta realidad, y entre otras cosas decimos:
“¡Basta ya! No queremos más sangre. No
queremos más muertes. No queremos más desaparecidos. No queremos más dolor ni
más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las
familias cuyos hijos están muertos o desaparecidos. Nos unimos al clamor
generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una
profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que
asegure que jamás hechos como estos vuelvan a repetirse.
En nuestra visión de fe, estos hechos
hacen evidente que nos hemos alejado de Dios; lo vemos en el olvido de la
verdad, el desprecio de la dignidad humana, la miseria y la inequidad
crecientes, la pérdida del sentido de la vida, de la credibilidad y confianza
necesarias para establecer relaciones sociales estables y duraderas.
Creemos que es necesario pasar de las
protestas a las propuestas. La vía pacífica, que privilegia el diálogo y los
acuerdos transparentes, sin intereses ocultos, es la que asegura la
participación de todos para edificar un país para todos.
Todos somos parte de la solución que
reclama en nosotros mentalidad y corazón nuevos, para ser capaces de auténticas
relaciones fraternas, de amistad sincera, de convivencia armónica, de
participación solidaria.
Jesucristo es nuestra paz. Él está
presente en su Palabra, en la Eucaristía, en donde dos o más se reúnen en su
nombre, en todo gesto de amor misericordioso y en el compromiso por construir
la paz en la verdad y la justicia”.
ACTUAR
¿Qué hacer? Los obispos aportamos: “Nos
vemos urgidos junto con los actores y responsables de la vida nacional a
colaborar para superar las causas de esta crisis. Se necesita un orden
institucional, leyes y administración de justicia que generen confianza.
Queremos unirnos a todos los habitantes de nuestra nación, en particular a
aquellos que más sufren las consecuencias de la violencia, acompañándoles, en
su dolor, a encontrar consuelo y a recuperar la esperanza.
Con esta certeza, redoblaremos nuestro
compromiso de formar, animar y motivar a nuestras comunidades diocesanas para
acompañar espiritual y solidariamente a las víctimas de la violencia en todo el
país. A colaborar con los procesos de reconciliación y búsqueda de paz. A
respaldar los esfuerzos de la sociedad y sus instituciones a favor de un
auténtico Estado de Derecho en México. A seguir comunicando el Evangelio a las
familias y acompañar a sus miembros, para que se alejen de la violencia y sean
escuelas de reconciliación y justicia”.

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