INCONSISTENCIAS EN LAS
FAMILIAS
15 de Octubre de 2014
Artículo escrito por Mons. Felipe
Arizmendi Esquivel, Obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.
VER
Cada vez más se ve como “natural” que unos
jóvenes, casados por la Iglesia y lo civil, se separen, se divorcien civilmente
y formen una nueva pareja. Tomar estas decisiones, les parece como un derecho,
una conquista, algo que a sus padres no les debería extrañar y molestar. No
toman en cuenta los derechos de sus hijos. No valoran los traumas que esta
situación les genera y los desconciertos que sufren. Lo que les importa es
sentirse capaces de hacer una nueva conquista y no aparecer como fracasados.
Cuando los hijos andan mal en la escuela, o se refugian en pandillas, sus
padres no asumen que esto es una reacción que expresa la necesidad de cariño y
de aceptación que tienen los hijos, que se sienten solos, como en el aire, sin
seguridad. Es como un grito que pide reconciliación entre sus padres, pero
estos ya se hicieron sordos.
Son muchos los jóvenes que consideran imposible y
absurdo comprometerse a un matrimonio estable y definitivo, que sea para
siempre. Aunque se casen por la Iglesia y digan que están de acuerdo, es de
labios para fuera, pues lo que vale más para ellos es el sentimiento, mientras
se quieran; con ello hacen nulo el vínculo matrimonial; no hay matrimonio
verdadero. Y se justifican: “Si ya no nos entendemos, ya no nos queremos, cada
quien por su lado… ¿Por qué permanecer con alguien a quien ya no amamos? ¿Acaso
no tenemos derecho a rehacer nuestra vida?”
PENSAR
El Instrumentum laboris (como cuaderno de
trabajo) previo al Sínodo que se desarrolla en Roma, sobre la familia, se
exponen las respuestas que llegaron de todo el mundo y que reflejan las
inconsistencias que hoy se presentan para lograr un matrimonio como lo quiere
Dios.
Se enumeran, como “motivos de fondo de las
dificultades a la hora de acoger la enseñanza de la Iglesia: las nuevas
tecnologías difusivas e invasivas; la influencia de los medios de comunicación
de masas; la cultura hedonista; el relativismo; el materialismo; el
individualismo; la creciente secularización; el hecho de que prevalgan
concepciones que han llevado a una excesiva liberalización de las costumbres en
sentido egoísta; la fragilidad de las relaciones interpersonales; una cultura
que rechaza decisiones definitivas, condicionada por la precariedad, la
provisionalidad, propia de una “sociedad líquida”, del “usar y tirar”, del
“todo y en seguida”; valores sostenidos por la denominada “cultura del
descarte” y de lo “provisional” (No. 15).
“Las personas son orientadas a valorar el sentimiento
y la emotividad; dimensiones consideradas “auténticas” y “originales” y, por
tanto, que “naturalmente” hay que seguir. Las visiones antropológicas subyacentes
recuerdan, por una parte, la autonomía de la libertad humana, no necesariamente
vinculada a un orden objetivo natural, y, por otra, la aspiración a la
felicidad del ser humano, entendida como realización de los propios deseos. Por
consiguiente, la ley natural se percibe como una herencia anticuada” (No. 22).
“Hoy, un amor se considera “para siempre” sólo en
relación a cuánto puede durar efectivamente” (No. 24) “Se suele acentuar el derecho a la
libertad individual sin compromiso: las personas se “construyen” sólo en base a
sus propios deseos individuales. Lo que se juzga cada vez más “natural” es más
que nada la “autorreferencialidad” de la gestión de los propios deseos y
aspiraciones. A esto contribuye notablemente la influencia insistente de los
medios de comunicación y el estilo de vida que exhiben algunas figuras del
deporte y del espectáculo” (No. 29).
ACTUAR
En nuestro encuentro provincial sobre familias en
situaciones difíciles, nos propusimos que en todas las parroquias debemos
incentivar más la pastoral familiar, con mayor apertura y servicios a las
personas solas, abandonadas, divorciadas, vueltas a casar. Queremos abordar
temas de madurez afectiva, sexualidad, noviazgo y matrimonio, según el plan de
Dios, en las catequesis de adolescentes y jóvenes, para prepararles a un buen
matrimonio. En vez de lamentar, seamos una Iglesia que hace presente el
amor misericordioso de nuestro buen Padre Dios.

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