ERA
YO LOS OJOS DEL CIEGO
Y
DEL COJO LOS PIES
Artículo escrito
por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco de la Comunidad de san Juan Diego, en Ciudad del
Carmen, Cam., Diócesis de Campeche.
El
próximo miércoles 11 de febrero celebraremos la XXIII Jornada Mundial del
Enfermo, iluminada por el tema del Mensaje que el Papa Francisco envió con
motivo de esta Jornada 2015: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies»
(Jb 29,15).
como lo
recuerda el Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada 2015, la Jornada
Mundial del Enfermo fue «instituida por san Juan Pablo II», y es una invitación
a centrar la mirada en los enfermos y en aquellos que dan su vida y tiempo para
ayudarlos.
El
Mensaje del Papa Francisco parte de la meditación de esta expresión del Libro
de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Y lo hace desde
la perspectiva de «la sabiduría del corazón».
La
sabiduría del corazón –afirma el Papa– «es una actitud infundida por el
Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento
de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios». «En esta sapientia
cordis, que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial
del Enfermo».
«Sabiduría
del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las
palabras “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies”, se pone en evidencia
la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo […] Su
talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como
también en el ocuparse del huérfano y de la viuda».
«Cuántos
cristianos dan testimonio también hoy –continúa el Papa– y son “ojos del ciego”
y “del cojo los pies”. Personas que están junto a los enfermos que tienen
necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para
vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en
el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado.
Es
relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una
persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es
capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste!
En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor,
y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.
Sabiduría
del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es
un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo,
el cual “no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como
rescate por muchos” (Mt 20,28).
[…]
Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender
el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar
tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a
nuestro afecto, se sienten más amados y consolados».
Y,
entonces, el Papa Francisco lanza una fuerte crítica. «En cambio, qué gran
mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la “calidad
de vida”, para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por
enfermedades no serían dignas de ser vividas».
«Sabiduría
del corazón –sigue diciendo el Papa– es salir de sí hacia el hermano. A veces
nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del
enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del
producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del
hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una
fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: “A mí me lo
hicieron” (Mt 25,40).
[…] De la
misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan “la caridad efectiva con el
prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve” (Evangelii gaudium,
179).
Sabiduría
del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene
necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles.
Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: “Luego se
sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno
le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande” (Jb 2,13).
Pero los
amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que
su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera,
en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es
libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se
complace del bien hecho.
La
experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús,
acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito,
totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano,
especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el
cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la
fe pero también son verificación de la fe.
Cuando la
enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida, la
experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la
gracia y fuente para lograr y reforzar la sabiduría del corazón. Se comprende
así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar:
“Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos”.
De igual
modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido
en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el
mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de
comprenderlo hasta el fondo».
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