jueves, 23 de abril de 2015

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2015




ERA YO LOS OJOS DEL CIEGO
Y DEL COJO LOS PIES

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco de la Comunidad de san Juan Diego, en Ciudad del Carmen, Cam., Diócesis de Campeche.

El próximo miércoles 11 de febrero celebraremos la XXIII Jornada Mundial del Enfermo, iluminada por el tema del Mensaje que el Papa Francisco envió con motivo de esta Jornada 2015: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (Jb 29,15).

como lo recuerda el Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada 2015, la Jornada Mundial del Enfermo fue «instituida por san Juan Pablo II», y es una invitación a centrar la mirada en los enfermos y en aquellos que dan su vida y tiempo para ayudarlos.

El Mensaje del Papa Francisco parte de la meditación de esta expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Y lo hace desde la perspectiva de «la sabiduría del corazón».

La sabiduría del corazón –afirma el Papa– «es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios». «En esta sapientia cordis, que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial del Enfermo».

«Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies”, se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo […] Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda».

«Cuántos cristianos dan testimonio también hoy –continúa el Papa– y son “ojos del ciego” y “del cojo los pies”. Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado.

Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.

Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual “no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28).

[…] Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados».

Y, entonces, el Papa Francisco lanza una fuerte crítica. «En cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la “calidad de vida”, para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas».

«Sabiduría del corazón –sigue diciendo el Papa– es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: “A mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

[…] De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan “la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve” (Evangelii gaudium, 179).
Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: “Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande” (Jb 2,13).

Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho.

La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe.

Cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sabiduría del corazón. Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: “Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos”.

De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo».



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